Cada seis minutos mira su celular.
No importa si se está comiendo un arroz con leche, o viendo alguna comedia con Ben Stiller: cada seis minutos mira su celular.
No se da cuenta, no espera nada en particular, ni un correo laboral o alguna noticia que cambie su vida: cada seis minutos mira su celular, le da una vuelta al Facebook, arriba, abajo, nadie le ha escrito, ¿por qué nadie me ha escrito?, qué aburrido el puto Facebook, todos reniegan, todos opinan, y luego se sumerge en el Instagram, se mete a ver las historias de 30 segundos que suceden en tiempo real en todo el mundo, y allí ve a los pocos amigos que le quedan del colegio y hasta a Kim Kardashian.
Cuando va al baño, es imposible que lo haga sin su celular. Tiene que mirar su pantalla, tiene que leer algo que le ayude a digerir los miles de contenidos a los que se expone a diario. ¿Postverdad? Qué concepto de mierda. ¿Cuándo ha sido ‘la época de la verdad’, para hoy vivir en la ‘postverdad’? ¿De dónde ha salido este intento de concepto? Que, para colmo de males, defiende la idea de que hoy todo es mentira, todo es propaganda. El mundo siempre ha sido así, solo que ahora lo vemos todo distorsionado en esta diminuta pantalla, todo es un puto vértigo. Lo que sí es nuevo es nuestra ingenuidad, nuestro crecimiento como robots adictos al consumo de lo estúpido.
Nuevamente pasan los seis minutos, y nuevamente mira su celular.
Ahora ve una fotografía. Qué linda ella en la playa.
(siempre le pareció que ella tenía algo de pájaro, las cejas, la boca)
-Nunca le hablaste en tu vida, baboso.
Pero ahí le queda su celular pues, al menos para verla de tanto en tanto.