Trabajar para (sobre)vivir

Una vez leí en una crónica de Lobo Antunes esta frase: cualquier luz es mejor que la noche oscura. Creo que la descubrí poco tiempo después que me mudé a Madrid cuando mi único objetivo era conseguir dinero para vivir. No me desanimé en mi búsqueda, pero los meses hicieron muy difícil sobrevivir en la capital española. Caray, qué difícil era siquiera conseguir una entrevista, que me respondan los correos, que al menos revisaran mi CV. Cualquier luz es mejor que la noche oscura: Con el reflector de esta frase y al borde del descalabro económico conseguí mi primera experiencia laboral en tierras españolas en Leganés, un barrio a una hora de Madrid.

-Que te tomas el tren desde Atocha, tío, y desde allí es media hora hasta Leganés.

Como prefería gastar mis monedas en comida y no en transporte público, en Madrid me hice caminante. Andaba y andaba por horas desde los puestos  de flores en Tirso de Molina hasta la plaza San Idelfonso en Malasaña, y de bajada a mi casa preguntaba en todas las librerías de Lavapies si necesitaban a alguien que vendiera sus libros. ¡Pero si hoy ya nadie lee!, me dijo una señora cuya librería estaba pintada con árboles que me daban la sensación de estar en un bosque o en una página del Señor de los Anillos. ¡Ya nadie paga por libros, chico!, gritó la señora cuando yo ya tenía medio cuerpo afuera de la librería y los árboles.

Agradables. Verdaderas. Así son las calles de Madrid.

Pero duras, muy duras, muy duras para encontrar futuro, para rasgarlas, para sacarles brillo. El grabado de las calles de Madrid no te deja resbalar, es muy áspero.

-Nos vemos a las 11:00 entonces, te bajas en Leganés y luego me llamas para indicarte como llegas a la biblioteca.

-Hasta mañana.

Y me fui a dormir feliz sabiendo que al día siguiente haría mis primeros euros en España luego de tres meses de ser un total improductivo económico.

Madrid

***

La mañana era lluviosa. Era Marzo. Madrid en marzo es lluviosa. Me quedo con el olor de la pista mojada de esa mañana, con el movimiento de las miles de personas en direcciones infinitas. Madrid en marzo es lluviosa.

Salí de mi casa hasta la plaza de Tirso. No sabía si era mejor ir por Lavapies, así que tiré hacia delante, directo, cubriéndome de tanto en tanto de la lluvia en alguna tienda o locutorio a fumar un cigarro sin comprar nada. No tenía paraguas. Ya no tenía nada para gastar, en realidad. Ya había desayunado un pan y un vaso con agua. Eso me duraría hasta el almuerzo, pensé.

Llegué a Antón Martín y pasé por el Cine Doré. Me dieron ganas de ver una película, con la plata que gane hoy vendré al cine, pensé, ojalá todo salga bien, si no, no tengo como volver a Madrid, si lo logro, veré a una película de la última función. La calle empezó a descender, era la calle Atocha, caminé directo hasta El Retiro. Justo al frente estaba la estación. Crucé la gran avenida, qué larga avenida, muchos segundos para cruzarla, tal vez 30 o 40, cuánta gente, qué bulla. Compré el ticket y fui hacía el andén a esperar el tren.

Cuando entré al tren me acomodé cerca de una puerta. Detrás de mí subió un hombre gordo de casaca de cuero y barba blanca, llevaba una guitarra en la espalda y un sombrero grande y redondo, esos que te protegen todo el cuerpo de la lluvia. Empezó a cantar. El tren no iba tan lleno y era muy silencioso, nadie hablaba, la voz del gordo se escuchaba muy clara y agria, el paisaje madrileño de las afueras era árido y se veían muchos tugurios de edificios y ventanas con ropa tendida en las afuera, eso que los españoles llaman la colada.

Juro que el gordo en una de sus frases cantó:

cualquier luz es mejor que la noche oscura

pero no reconocí la canción, no sé si era Lobo Antunes

Y yo me quedé pegado hasta que llegué a Leganés. Bueno, vamos. Ha pasado casi hora y media desde que salí de mi casa.

-He llegado. ¿Y ahora? –llamé a mi futuro estudiante.

-Camina de frente hasta la Universidad Carlos III, allí hay un portal y lo cruzas, llegas al campus y al final está la biblioteca.

Salí de la estación y caminé directo. Vi muchas casitas pequeñas, portales de vidrio y metal blanco, como especies de quintas. Al final de una esquina muchos señores de edad avanzada hacían una cola, y cuando vi el nombre del local al doblar vi que era una casa de adulto mayor y allí recibían comida refugiados y extranjeros.

Llegué a la universidad y allí me esperaba mi alumno.

-Joder, tío, sí que te has demorado, qué tal, soy Jose.

-Santiago, un gusto, perdona pero estamos super lejos.

-Nada, nada, vamos adentro para que conozcas.

Entramos a la biblioteca. Encontramos una mesa para dos. Empezamos a estudiar gramática alemana básica. Jose se veía entusiasmado por aprender, pero su voz era aguda y constante, como de presentador de programa concurso, me aturdía un poco. Se me hacía difícil hablar en alemán con él.

Pero no importó. Había logrado tener mi primer estudiante y mis primeros cuarenta euros en Madrid. De aquí en adelante, lo que venga. 

¿Cualquier luz es mejor que la noche oscura?

No lo sé, pero al menos esa noche fui al cine.

Que todos se enteren