Bob Dylan: la irreverencia de un viejo amigo

No recuerdo con exactitud cómo ni cuándo empecé a escuchar a Bob Dylan: calculo que fue cuando empecé a cruzar las fronteras del punk rock y aprendí a encontrar “la verdad del artista” en otros géneros. Charly García, una de las leyendas vivas del rock argentino, fue quien, con un hacha, abrió mi cabeza para siempre y me permitió transitar hacia otros géneros.

Hablar de la genialidad y de la obra de Bob Dylan o Robert Zimmerman (su nombre original), “el viejo trovador de Minnesota”, da para largo. A su larga trayectoria artística y a los cientos de artistas a los que influyó directamente, sola quedaría agregar, como para terminar de englobar su figura musical, que es el único cantautor que, tras varias nominaciones, ha ganado el Premio Nobel de Literatura por el contenido poético de sus canciones y su aporte a la cultura popular mundial.

Dylan volvió a España con su Never Ending Tour, gira que comenzó el 7 de junio de 1988 y que hasta hoy lleva alrededor de 3,000 presentaciones al rededor del mundo. Sin embargo, Barcelona y Madrid quedaron fuera en esta oportunidad. La ciudad más cercana a Madrid era Murcia, una pequeña urbe ubicada a unas cinco horas en bus desde Madrid.

Había comprado mi entrada con varios meses de anticipación, por lo cual no tuve que preocuparme por ello, más bien lo complicado fue llegar a Murcia: para ahorrar costos, decidí viajar el mismo día del concierto y volver una vez terminado este. Salí de Madrid aproximadamente a la 1:00 pm y llegué a Murcia sobre las 6:00 pm. Ya había estado antes en la ciudad, así que no fue difícil ubicarme.

El concierto iba a ser en la Plaza de Toros. Al llegar al recinto, ya había gente merodeando el lugar. Rápidamente pude observar un público variado: había gente muy joven como también muy adulta, así como algunos que rondaban por el lugar con carteles que decían “compro entrada solidaria” buscando a algún vendedor que les ofreciera una entrada a un precio accesible.

Plaza de Toros, Murcia.

Como aún tenía tiempo, me compré unas cervezas como para entrar en sintonía con lo que iba a vivir. No todos los días puedes ver en vivo a uno de tus ídolos más grandes, a una de las leyendas vivas de la cultura popular, y la idea me emocionaba mucho. Al ingresar al local, las advertencias con respecto a las fotos y a las filmaciones eran extremadamente fuertes: como si el viejo Bob no quisiera ser capturado por algún tipo de dispositivo electrónico o simplemente prefiriera que disfrutásemos del show.

Ya ubicado en mi butaca, poco a poco el lugar se fue llenando conforme el sol fue cayendo: una vez que el lugar estuvo a oscuras, se encendieron las luces del escenario y apareció Bob Dylan junto con su banda. Sin hacer un solo gesto, se sentó en el piano de cola puesto en escena y comenzó el show con una de mis canciones favoritas: “Things Have Changed”, canción con la que ganó el Óscar a “mejor canción original” por la película Wonder Boys en el 2001. Luego de esa, vinieron canciones inmortales como: “It Ain’t Me, Babe”, “Highway 61 Revisted” y “Dignity”.

Conforme Dylan iba desplegando su clásica voz nasal y aguardientosa, a diferencia de otros años y otras giras recientes (por videos que pude ver en YouTube), esta se encontraba otra vez en un excelente punto (considerando que el pasado 24 de mayo ha cumplido 78 años), lo que te permitía disfrutar aún más de la velada.

Sin embargo, cabe señalar que Dylan hace y deshace sus canciones, es un artista que constantemente reinventa la forma de interpretar sus temas, y que es precisamente lo que lo hace un artista auténtico y original. Por momentos, el concierto se tornaba en una especie de “monólogo” y a los asistentes solo nos quedaba presenciar a un pedazo de la historia popular en el escenario dejándonos lo que todavía le queda de arte, música y rock and roll. Si es que no conocías a profundidad el tema que estaba interpretando, o te tardabas en identificarlo o simplemente no lo hacías.

Entre esos vaivenes siguió el concierto, hasta que llegó al que podría ser el tema por el cual alcanzó la fama mundial: “Like a Rolling Stone” y que precisamente fue el tema menos “desdibujado” y en el cual todo el público pudo estrellarse y chocar contra el escenario, liberando toda esa energía que parecía colectivamente contenida y que, hasta ese punto no habíamos podido desfogar.

Acompañados de los “solos” de armónica que hacía Bob, ante el silencio siempre respetuoso de todo el público y la noche ya casi veraniega y descubierta del cielo murciano, esta propuesta en el escenario no solo hacían que la piel se te ponga de gallina, sino que tocaba profundamente tus emociones. Estaba allí, viendo y escuchando a mi ídolo más grande de todos, al viejo Bob.

El concierto seguiría con otras canciones históricas como “Don’t Think Twice, It’s All Right”, “Love Sick” y otra de mis favoritas “Thunder on The Mountain”, para cerrarlo con un Endcore en el que interpretó uno de los himnos de la canción protesta: “Blowin’ In The Wind”. Si bien durante todo el concierto no dijo ni una palabra más que sus canciones, ya finalizado este, se acercó al centro del escenario desde donde saludó al público y se despidió lanzándonos un beso. Parecía que en esa noche todo había funcionado hasta para el propio Bob.

Minutos previos a Bob Dylan

Dylan nos regaló un show de dos horas y 20 canciones. A pesar de todo lo que habíamos vivido, cuando salía del recinto, no pude evitar escuchar el descontento de algunos asistentes. Me imagino que muchos de ellos no conocían realmente a quien venían a ver o simplemente lo hacían por primera vez, o tal vez, simplemente eran seguidores que esperaban haberse conectado mucho más con Bob a través de sus canciones, pero que, ante la búsqueda constante de Dylan de nuevos sonidos en su obra, habían quedado insatisfechos. Para ir a un concierto de Bob Dylan hay que conocerlo y quererlo, porque si no, puede que no la vayas a pasar tan bien.

Una vez fuera del lugar, volví a la estación de buses a esperar el bus que salía a la 1:30 am y llegaba a Madrid a las 6:30 am. Ya en Madrid, cansado y adolorido por semejante trote, no podía evitar estar feliz por haber vivido algo que difícilmente se pueda experimentar más de una vez en la vida. ¿Volveré a coincidir con el viejo Bob en alguna ciudad por la que pase su Never Ending Tour?, no lo sé, pero espero que así sea, para poder seguir escribiendo su historia y compartirla con ustedes.

Que todos se enteren