Vivimos en la sociedad del entretenimiento, donde todos pasamos gran parte de nuestras vidas frente a una pantalla. Porque esto nos hace felices, nos entretiene, nos hace olvidar que están solos, nos permite interactuar con amigos y familiares. A quienes, seguramente, podrían ir a visitar y tomarse un café juntos, y así tener una interacción más “humana”, pero no. Es mejor así. Todo por la red.
A través de una pantalla estamos más cómodos. Porque nadie quiere perder tiempo cruzando la calle en una tarde lluviosa o atravesar una avenida con cientos de ruidosos autos. No hay tiempo cuando se vive tan deprisa, cuando se necesita más tiempo para seguir recibiendo toneladas de entretenimiento, frío e insípido.
Y cuando estamos tan ocupados siendo mediocremente felices, no hay tiempo para cuestionar lo que se recibe. Otros hacen todo el trabajo por uno. Aprenden, interpretan y nos cuentan lo que entienden en un resumen de un par de líneas o en un video de no más de un minuto. ¿Por qué? Simple: tenemos prisa para seguir recibiendo más toneladas de información y entretenimiento regurgitado por una fría pantalla digital.
Si se quisiera saber el contenido de un libro, ya no es necesario leerlo completo. Podemos encontrarlo resumido en solo un par de líneas. Nadie tiene tiempo. Todos viven acelerados y una fría pantalla nos ayuda, nos hace todo más sencillo, nos entretiene, nos mantiene mediocremente felices.
Así vivimos: somos una sociedad donde el paraíso de la felicidad está en una pantalla.
Ese era (o quizás es) el futuro distópico imaginado por Ray Bradbury en su novela Fahrenheit 451. En esta sociedad distópica, ya ni siquiera es necesario enseñar filosofía, literatura o cualquier otra arte que nos haga cuestionarnos sobre la verdadera perspectiva de las cosas. En la imaginación o predicción de Bradbury, la sociedad ha llegado a un punto tal de avance tecnológico que toda la información se encuentra compilada y resumida en una gran base de datos a la que cualquier ciudadano puede consultar.
Pero, y a pesar de estas aparentes facilidades, en la novela hay personajes que lucha contra el Estado que les ha impuesto una prohibición expresa de leer o poseer libros en casa. Porque no es necesario leer y reflexionar cuando toda la información resumida de lo que contenían los libros puede encontrarse rápidamente en un par de líneas en las pantallas que todos los ciudadanos poseen en sus casas.
Para hacer cumplir esta prohibición, los bomberos, que antes apagaban incendios, ahora se dedican a quemar todos los libros que son encontrados en posesión ilegal de los ciudadanos. Y es que en un futuro en donde todos los edificios poseen sus propios sistemas inteligentes contra incendios, los bomberos tienen una nueva misión: evitar la supervivencia de los libros.
El mensaje es claro: el conocimiento es poderoso, las ideas propias son peligrosas. Y el Estado quiere unos ciudadanos dóciles, entretenidos en esas vidas insípidas en las que los han enfrascado.
Sin embargo, a pesar de lo claro del mensaje, nadie cuestiona la prohibición. Todos son mediocremente felices con los ojos pegados en las pantallas. Tal y como lo era el bombero Montag, personaje principal de la novela de Bradbury, hasta que le muestran que ha vivido equivocado desde siempre, y que su falsa felicidad no es más de lo que podría sentir un animal amaestrado que recibe su premio por obedecer las órdenes del amo. Porque solo el conocimiento nos hace libres, y ser libres es un acto de rebeldía contra el status quo.
Así empieza la aventura de Montag, quien tendrá que decidir entre seguir viviendo del mismo modo de siempre o iniciar la rebelión contra el sistema. Decisión complicada, porque una vez que se ha despertado es difícil volver al mismo sueño.
Podrías leer el libro para conocer como continua la historia. Aunque también puedes encontrar el resumen en Wikipedia o la adaptación de Netflix… Si es que tienes prisa.